16 febrero 2010

El reparto

Carezco de paciencia.

Debe ser que cuando se inició el reparto de virtudes ésta (la paciencia) se agotó justo en el bebé que nació antes que yo. Apenas me tocaron unas cuantas migajitas, casi nada, lo imprescindible para esperar a que pase un coche y cruzar la calle.

Sin embargo, el saco que contenía la insatisfacción estaba lleno cuando tocaba mi turno, el señor que se dedicaba al reparto justo vino a tropezar frente a mi cuna y se desparramó todo encima de mi pequeña cabeza. Dale, este niñita se ha llevado la palma-le oí decir al tipo mientras se sacudía su abrigo. Y ahí me quedé, hasta las cejas.

Menos mal que a última hora de la mañana de mi primer día de verano (recuerdo el calor y la humedad que impregnaban el ambiente aquel inicio de quincena de agosto) alguien se acordó y me dio un buen baño. El jabón debía tener aroma de valentía y unas gotas de decisión. Quizá también algo de fugacidad.

Y coco, recuerdo el olor a coco.

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