La dignidad es algo que no se vende por kilos. Si se vendiera, las colas serían interminables. Miles de rostros esperando su turno para llevarse a casa un cuarto de kilo.
Me lo llevo sin envolver, te dejo aquí mi parte de indignidad, que oye, no veas si pesa a estas alturas, y me la llevo puesta. Gracias señora, vuelva usted cuando quiera, mañana por medio kilo se lleva de regalo otro medio de sosiego. Voy corriendo a decírselo a mi marido. Y tan contentos.
Pero la dignidad, esa palabra que con sólo pronunciarla otorga seriedad, que huele a respeto, no está a la venta, ni de rebajas ni a precio de coste. Es un traje que se lleva incluso cuando la vida te obliga a ponerte de rodillas. A morder el suelo.
Quiero ser digna. Andar este camino con la cabeza así de alta. Mirar de frente.
Y cuando se acabe mi viaje, cuando ya no tenga surtidores donde repostar, quiero que la dignidad sea la última señal que me encuentre al mirar por el retrovisor.
Vivir y morir dignamente, sin más.
Nota mental: Andalucía aprueba esta tarde la Ley de la Muerte Digna. Bravo.
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