Sé que alguien recupera mis palabras.
Alguien capaz de bucear conmigo por los escondrijos de la cotidianeidad. Por las esquinas rotas de la conciencia, por los adoquines de la vida.
Sé que transforma sus silencios en páginas de libro. De poemas, de historias. Que muere un poco cada día en la letra de cualquier canción, de algún recuerdo o de un instante.
Alguien que entiende que la soledad también puede ser una llama. Que prende. Que vive.
Alguien que algunas noches puede encojerse junto a su almohada y descubrir la importancia de estar aquí. Vivos, conscientes, enteros. Que recupera el aliento cuando parece que todo termina y que recorre kilómetros sin levantarse.
También sé que a veces no hay mejor compañía que la luz de la mesita y unas buenas páginas. Quizá el breve sonido de un coche que pasa, despacio, al otro lado de la calle.
Para los que andan por ahí. Sin obligación. Sin más.
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