Me impresiona la cara del tipo que se ha autoinculpado del crimen de la niña onubense. Es espeluznante intentar bucear en esos ojos. Qué tristeza me provocan esos padres.
Nunca he intentado convertirme en algo que me ha negado la propia naturaleza, demasiado maquillaje y un exceso de máscara puede ocasionar que la formas pseudoreales se disuelvan por completo. Dentro de esa lucha contra la aceptación de formas y deberes de otros, de poses y estados, uno no puede evitar que en algún momento concreto el intento por ser uno mismo sea en vano. Aceptas otros argumentos y sonríes.
Llegado el caso, cuando te descubres sin pizca de envoltura, cuando puedes sentir los párpados fríos y los labios secos, cuando el rostro que miras es el único que tienes, entonces, no hay remedio. Puedes contar con precisión cada una de tus carencias y no virtudes.
La que me llega más acusada, sin aviso ni preaviso, es la tendencia irremediable e irrefutable de sentirme aturdida por la bipolaridad humana. Cómo es posible que hagamos lo mejor y lo terrible. Cómo unas manos pueden crear armonía y también pueden ser humillantes. Cómo.
Esa certeza me traslada a la siguiente. Quizá más dolorosa y constante. La presencia diaria de la inconsistencia de nuestra realidad, no la de los libros o la del universo, sino la nuestra, la pequeña, la propia. Cuánto dura la película y cuál es su fin.
Y así, enumerando, pasan las horas. Otras que no tienen remedio.
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