Llega el momento de encender de nuevo las luces. De abrir las ventanas de siempre y de saludar otra vez a los de antes.
El retorno suele tener mucho de sosiego pero también una pizca de nostalgia. Reconoces el lugar, los rostros, el color de las paredes, pero extrañas otras horas y otros sitios. En el recuerdo conviertes lo malo en regular y lo bueno en mejor. Así somos. Deseamos lo anterior sin abrazar lo que tenemos. Vivimos otros días y pasamos de puntillas por el hoy. Una vez y otra. Sin descanso.
Me quedo con todos los recuerdos. Los amontono poco a poco, despacito, con cuidado. Primero uno, luego el siguiente- lo miro, lo limpio y lo dejo sobre los demás-. Cuando ya los tengo todos ordenados los envuelvo en papel de regalo y los ato con un gran lazo de color rojo. Todos mis recuerdos recientes, juntos. Reviso y busco un buen lugar dentro de casa, una suerte de escondite donde dejarlos quietecitos, a la sombra. Lo encuentro, su lugar, y allí los dejo. Con su papel de regalo, su lazo rojo y alguna sonrisa.
Pero no es cierto que allí estén todos. Me he quedado con uno de ellos. Quizá el mejor, el más valioso. No quiero envolverlo como un regalo porque es para usarlo a diario. Podríamos decir que no es un recuerdo como tal, es, más bien, una certeza. Suele llevar chaquetas de colores, gesticula mucho cuando explica cualquier cosa y su acento completa las palabras.
Ése no lo he metido con los demás. Aquí lo tengo.
1 comentario:
Te prestaré, momentaneamente, esa certeza tantas veces la necesites
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