Estamos esposados, encadenados a una existencia determinada. Llevamos tatuada nuestra fecha de caducidad en la frente y hacemos como que no lo sabemos. Paseamos por la vida haciéndonos los tontos, silbando.
Imagino que al despertar por las mañanas dejamos las certezas de una existencia finita, las desechamos como el agua que cae en la ducha, junto con el jabón y las penas. Nos limpiamos bien para vivir cada día. Para poder hacer las cosas comunes y las extraordinarias.
A veces, durante semanas, las tragedias universales y las penas concretas no me dejan dormir. Me atosigan, me arañan. Se convierten en un lobo que me muerde el estómago.
Con la luz del sol ellas desaparecen. Quizá durante días.
Hasta que vuelven. Para quedarse a dormitar conmigo durante algún tiempo.
Nota mental: qué bien cuando éramos niños, cuando los días sabían a fresas y a chocolate. Cuando los malos siempre perdían y los finales eran felices. Qué suerte cuando sentías penas minísculas y tu madre venía a besarte la frente.
Dónde perdí la ignorancia dulce. Dónde quedaron los cuentos.
2 comentarios:
Qué bonita esa nota mental, me habéis emocionado, ahora que mi madre ya hace dos años que no está. Cuando yo era chico y estaba con ella, era verdad. Siempre ganaba en todo quién yo quería.
Yo también añoro los tiempos de la inocencia. No sé en qué momento de su vida las personas decidimos enrarecerlo todo. No sé cuándo comenzamos a dejar de creer en lo que importa y de verdad tiene valor. No sé cómo llegamos al retorcimiento de crear para ser más y más infelices. Por eso, cuando el color llega hasta mi corazón sin ser filtrado por la cabeza,sea cual sea, el verde de los campos en esta época o el azul del bravío mar, la sensación de placer es tan grande, que se me abre la boca y dejo salir un ¡oooohhhh!!!. No todo es gris, pero hasta que nos llegan los colores... cuánto gris.
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