A veces se gritaban demasiado.
En la oscuridad de la noche avanzada, casi siempre a eso de las tres de la mañana, se despertaban reproches inventados, defensas violentas daban paso a minutos eternos , y los ceniceros eran los únicos testigos del desastre.
Como casi siempre, él asumía el riesgo de la pérdida, cerraba sus tímpanos a cualquier intento y dejaba dormitar su raciocinio entre vapores de quién sabe qué. Ella, violenta como el mar en plena tormenta, accedía sin descanso a la trifulca, evitando cualquier intento pacífico. Porque se sabe de la inconsciencia del rencor, y mucho más de las disputas basadas en cimientos de harina.
Como casi siempre, él asumía el riesgo de la pérdida, cerraba sus tímpanos a cualquier intento y dejaba dormitar su raciocinio entre vapores de quién sabe qué. Ella, violenta como el mar en plena tormenta, accedía sin descanso a la trifulca, evitando cualquier intento pacífico. Porque se sabe de la inconsciencia del rencor, y mucho más de las disputas basadas en cimientos de harina.
Así andaban sin pasos al frente, porque tras los portazos y los llantos y los seacabó y los nuncamás, llegaba el dormitar de neuronas, el cierra los ojos que pesan de tristeza. Las luces a menudo nos sacan del terror, las sombras que parecían gigantes con cuchillos son ahora abrigos de tiro largo, y las palabras obscenas dejan su sentido en las manecillas del reloj.
Porque un día de éstos, de esos que aparecen al mirar el calendario, de los que saludan cuando consigues arrancar la última página, llega el silencio. Amaneces a solas en una enorme cama, enrollada con todas las mantas entre tus piernas. Dejas las pesadillas en la mesita de noche, abres las ventanas y te das cuenta de que eres la única dueña de tus pasos.
Porque un día de éstos, de esos que aparecen al mirar el calendario, de los que saludan cuando consigues arrancar la última página, llega el silencio. Amaneces a solas en una enorme cama, enrollada con todas las mantas entre tus piernas. Dejas las pesadillas en la mesita de noche, abres las ventanas y te das cuenta de que eres la única dueña de tus pasos.
Es entonces, cuando los gritos de antaño, los reproches, los lamentos y los insultos, han pasado a formar parte del maldito mundo de las pesadillas.
Y allí se quedan. Porque tú ya no los necesitas.
2 comentarios:
Gracias. Cuando una anda perdida y cree más en la opinión de los demás que en la suya propia, es de agradecer tener a alguien que le demuestre que por una vez no se equivoca. Ý más cuando ese alguien es cabal y entero.
ZaPateando ha sido todo un descubrimiento... me muevo por los feeds esperando la pildorita diaria.
Gracias por hacerte ver para saber que estás :-)
Un abrazo desde Madrid
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